viernes, 24 de mayo de 2013

Los candados de París.


Ella era  un tonta chica enamorada de la idea del amor, cursi y soñadora. Enamorada de él. 
Él era un tonto chico enamorado de la vida, aventurero y lindo. Enamorado de ella. 

—Vayamos a París,—dijo ella. 
—¿A qué iríamos allá?—respondió él. 
—¿Has oído hablar de los candados de París?—su mirada soñadora, como siempre había sido. 
—¿Crees en esas cosas?—Dijo él, burlándose. Nadie entendía cómo estaban juntos sí eran tan diferentes. 
—Creo en cualquier cosa que sea cursi, cariño. Por algo creo en ti. 
—¡Hey, yo no soy cursi!—El ceño de su frente siempre marcado por su culpa, que la hacia reírse de él.
—Lo eres, eres tan cursi me llevarás a Francia a poner un candado en ese puente, mientras grabas nuestros nombres en él, y me juras amor eterno.—Dijo riendo. 
—¿Y por qué haría eso? 
Porque tú me amas—Lo dijo con tanta convicción como si fuera un hecho inconfundible, como si nada pudiera romper lo que sentían el uno por el otro... como si fuera real. Él suspiró y la tomó en brazos.
—Soy un cursi, entonces.

Cuando lo contaron, nadie les creyó, pero dos meses después estuvieron en París, su candado aún puede verse, grabado con sus nombres y la promesa de un amor... Candado que vio su hija, cuando visitaron el puente muchos años después, y ellos seguían igual que años atrás. 


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